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  • La nacionalización de las peluquerías

    El primero de mayo de 2006, el recién iniciado Gobierno del MAS realizó un truco de magia política que encantó a toda la audiencia del país. Renegoció contratos con las empresas petroleras y a este acto lo llamó la nacionalización de los hidrocarburos. El mago neorrevolucionario sacó el sombrero de cuello alto, se puso los guantes blancos, llamó al Ejército, colgó sendos letreros decorados con vistosas wiphalas y comenzó el ritual del “Nada por aquí, nada por allá. Fuera manos, trabaja vista” y a la cuenta de tres, extrajo un gordo conejo de la galera ante el asombro y júbilo del público. Dicen que el renombrado ilusionista David Cooperfield, al enterarse de semejante hazaña, se preocupó por su reinado en el mundo del encantamiento. En un país pequeño como Bolivia, la magia de la nacionalización había generado cientos de millones de dólares adicionales a las arcas del Estado y elevado la popularidad del hechicero en 80%. Los trucos de hacer desaparecer elefantes o edificios quedaron avergonzados ante la aparición de montañas de dinero con la ayuda de los precios internacionales.

    Frente a semejante éxito, año tras año, la prestidigitación de la nacionalización se fue repitiendo. En octubre del mismo año, el Estado tomó el control de Huanuni. En 2007, se nacionalizó la fundición Vinto. El primero de mayo de 2008 se compró el 100% de la Compañía Logística de Hidrocarburos y de la telefónica ENTEL. Además se recuperó la mayoría accionaria de las empresas petroleras Chaco, Panamerican Energy, Andina (Repsol YPF) y de Transredes (Ahsmore y Shell). En 2009, le llegó el turno a Air BP. Al año siguiente se nacionalizó el sector eléctrico Corani, Guaracachi, Valle Hermoso y la empresa distribuidora de energía Cochabamba. Este último “primero de mayo, víspera del dos de mayo”, como dice el huayño, volvió el ilusionismo con la expropiación de las acciones de la Transportadora de Electricidad (TDE). Pero después de repetir el mismo acto cada año, el show político está viejo y mucha gente ya le conoce el truco al encantador. Y ahora, al contrario del pasado, del sombrero del mago sólo salió un falso conejo.

    Además, desde el punto de vista económico, las nacionalizaciones a cuentagotas, uno o dos por año, presentan varios problemas. Primero, producen un adormecimiento estructural tanto de la inversión privada nacional como extranjera y promueven acciones preventivas y oportunistas de las empresas. Éstas saben que es cuestión de tiempo su nacionalización, pero no conocen si son la siguiente en la fila, están en el puesto quinto u ocupan el último lugar de la línea. En el callejón, rumbo a la guillotina del poder, adelantan sus ganancias, deprecian más rápido sus activos, posponen y en algunos casos, detienen su inversión. Muchas de ellas esperan ansiosas la nacionalización, porque podrán, con un poco de paciencia, recibir jugosas indemnizaciones por sus devaluadas acciones.

    Segundo, desde un punto más agregado, las nacionalizaciones comandadas por el ciclo político y electoral sólo generan incertidumbre macrosocial y producen el desalineamiento y descoordinación de todo el aparato productivo. Si prevaleciesen criterios económicos en las nacionalizaciones, éstas deberían ser hechas todas en un solo saque. Así el Estado boliviano debería colocar a trabajar los sectores estratégicos, los servicios básicos y otras industrias nacionalizadas, de una sola vez, para fomentar el crecimiento económico y la equidad social. Los nuevos jugadores estatales coordinarían mejor y las reglas de juego estarían claras para el sector privado que sobrevivió al hambre estatista. La estrategia del goteo sólo es funcional a la búsqueda de popularidad instantánea.

    Tercero, hasta la fecha los resultados económicos de las nacionalizaciones son dudosos. Veamos el más importante. En el sector de hidrocarburos la inversión se paralizó, las importaciones de diésel han aumentado, el mercado brasileño se ha congelado, las reservas de gas natural se redujeron y a rigor, el aumento de los ingresos se explica en gran medida por los fabulosos precios del gas y, finalmente, después de mucho show y propaganda, el Gobierno volvió a dormir con las otrora odiadas transnacionales, otorgándoles jugosos incentivos (30 dólares por barril pagadores en notas de crédito). En el sector eléctrico nacionalizado, los apagones son cada vez más frecuentes por falta de inversión.

    Cuarto, no hay la menor duda de que las nacionalizaciones son unos anabólicos esteroides políticos apetecibles, producen un crecimiento substancial de los músculos del apoyo popular. Sin embargo, existen abundantes evidencias sobre los perjuicios que causan al cuerpo social y económico, su prolongada y repetitiva utilización. El desafío no es sólo de cambio de propiedad sino de gestión, capital humano, gobiernos corporativos y desarrollo institucional.

    Finalmente, si se continúa con las nacionalizaciones dictadas al calor de la política, una cada año, y para quien quiere quedarse mucho tiempo en el poder, faltarán empresas para ser nacionalizadas; ya la fila es corta, quedan pocas empresas, tal vez las ferroviarias, algún banco y compañías más pequeñas. La gran pregunta es: ¿qué pasará cuando se acaben las empresas nacionalizables? ¿Será que las peluquerías de argentinos serán las próximas? A alguien se le puede ocurrir que los cortes foráneos de estos peluqueros, a la Justin Bieber, por ejemplo, están contaminando las cabezas nacionales. Las recias melenas deben volver a las manos de los estilistas capilares nacionales, así volverían los cortes: firpo marcial, revolucionario romano, el medio hongo de oenegista, estilo libro chapareño o el corte Joselito.

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