Recordando la Revolución Rusa

DIVULGACIÓN

Recordando la Revolución Rusa

Dos especialistas en la historia de la izquierda llegaron al país, invitados por la Vicepresidencia, para hablar de las nuevas visiones sobre la Revolución –cuyo centenario se cumplió el pasado 7 de noviembre– y sobre la recepción de ésta en América Latina.

Recordando la Revolución Rusa
Clásica imagen de Lenin recién llegado a San Petersburgo, en abril de 1917.
Fernando Molina
El historiador ruso Andrei Schelchkov es uno de los más activos "bolivianólogos” en la actualidad.
 
Autor de libros sobre Belzu, Ibáñez y sobre la izquierda boliviana de comienzos del siglo XX, su visita al país no es una novedad, aunque fue la primera vez que lo escuchamos hablando principalmente de su país.

Schelchkov dijo que la Revolución Rusa influyó primero sobre la intelectualidad  progresista de todo el mundo y, a través de ella, sobre el resto de la población. Si la intelectualidad era portadora de nuevas ideas, esperanzas y visiones, la Revolución fue la seductora de la intelectualidad. 

Citó a Hanna Arendt para explicar esta alianza entre pensadores y revolucionarios. La filósofa alemana consideraba que la base de la misma era el común desprecio de ambos grupos por la burguesía, clase considerada "antiestética” además de explotadora.

La visión sobre la Revolución de los primeros divulgadores de ideas, más independientes, fue variando con lo que vino después, cuando los bolcheviques triunfaron completamente y se instaló la Internacional Comunista. La imagen entonces comenzó a tergiversarse, fue tomando unas dimensiones que hoy los historiadores serios ponen en cuestión.

Y es que los comunistas soviéticos formaron un equipo de propaganda excelente, que difundió una visión unilateral de los acontecimientos revolucionarios, la cual pronto se convertiría en un dogma de la izquierda mundial.

Incluso crearon instituciones como la Escuela Leninista en Moscú, o la Universidad de los Pueblos de Oriente y los Países Oprimidos, cuya tarea principal era enseñar el bolchevismo como modelo único de la política y práctica internacional de la izquierda. 

La intransigencia de la Internacional contra las posiciones heterodoxas fue enorme, lo que produjo purgas y la expulsión de muchos revolucionarios del movimiento comunista.

Hoy en día esta visión ya no se considera la única sobre la Revolución, ni mucho menos. Los historiadores y los analistas tienen nuevas formas de aproximarse a los acontecimientos de hace un siglo.

¿Revolución de octubre?

Por ejemplo, hay una gran polémica sobre la periodización de la Revolución Rusa y ya no se habla de una "revolución de octubre”. La Revolución en realidad comenzó en febrero de 1917 y terminó en 1922, cuando acabó la guerra civil,  la que dio lugar la toma del poder por Lenin. Los "campesinistas” incluso creen que la Revolución va de 1902, con las primeras movilizaciones campesinas en contra del zarismo, a 1922, cuando fueron sofocadas las últimas sublevaciones campesinas en contra del poder bolchevique. 

La visión tradicional hablaba de tres revoluciones: la de 1905-1907 ("ensayo general”), la democrático-burguesa de febrero y la socialista de octubre de 1917. Esto significaba que la etapa capitalista apenas había durado unos meses, lo que no parece tener mucho sentido. Hoy la mayoría de los historiadores cree que desde febrero la Revolución ya tenía un fuerte componente socialista. Desde mucho antes se hablaba constantemente de socialismo y se usaba banderas rojas. Incluso los kadetes, los que ahora podríamos llamar "derechistas extremos” del sistema político ruso, decían que la ola socialista había afectado a muchos miembros de su partido.

El carácter anticapitalista de la Revolución se observó desde la temprana creación de un poder alternativo al oficial, los soviets o "consejos” de obreros y soldados. Lenin ve lo que estaba pasando y lo destacó en sus Tesis de Abril. En ellas señaló, para escándalo de sus propios compañeros bolcheviques que la revolución democrática radical que estaba viviendo Rusia tenía elementos socialistas y muchos chances de convertirse en completamente socialista.

El contenido predominante de la Revolución no fue otro que el igualitarismo que buscaba la eliminación de la sociedad estamentaria o de privilegio hereditario que existió durante siglos bajo los zares. Esta fue la verdadera polarización de la sociedad rusa. Un general blanco escribe en sus recuerdos que oyó a dos soldados hablando del terror de blancos y rojos durante la guerra civil.
 
Uno de los soldados decía: "Mira cómo nos maltratan los blancos”. El otro le respondía: "Pero los otros (los rojos) hacen lo mismo”. A lo que el primero replicaba: "Sí, pero eso podemos soportarlo, porque viene de los nuestros”. 

Como muestra esta anécdota, el odio a los nobles marcó todo el desarrollo de la Revolución.

Los otros revolucionarios

La visión unilateral de la Revolución que difundió el poder soviético borró de la memoria otras dos ramas del socialismo que tuvieron un papel muy importante en ella. Los "populistas”, por un lado, y los socialistas revolucionarios, o "eseristas” que eran una mezcla de populistas y marxistas, por el otro. Ambos grupos se apoyaban en el campesinado y eran mayoritarios dentro de la izquierda rusa.

Los eseristas criticaban el economicismo de Marx e insistían en los aspectos morales de la Revolución. No estaban de acuerdo con la consideración marxista sobre la supuesta condición reaccionaria del campesinado.

Los eseristas representaban a la Rusia plebeya y popular. Proponían como sujeto revolucionario a la clase trabajadora, en la que unificaban a la intelligentzia, a los campesinos y a los obreros, todas las clases oprimidas en una. Propugnaban, entonces, un socialismo multiclasista. 

También buscaban el camino menos doloroso hacia el socialismo, evitando la etapa del capitalismo desarrollado. Elaboraron la teoría del capitalismo periférico, según la cual el capitalismo es progresista sólo en los países donde nació; en cambio, habitualmente adquieren rasgos especulativos y "vendepatrias” (antinacionales) cuando es trasladado a los países dependientes y atrasados. Por eso en éstos hay que buscar el camino menos pesado: una alternativa al capitalismo.

En oposición a esto, liberales y marxistas estaban de acuerdo en que los campesinos debían pasar por la etapa fabril y proletaria, tal como había ocurrido en Inglaterra. Los eseristas se oponían a este destino, por considerar que los campesinos eran guardianes de la cultura y las tradiciones patrióticas. 

Por tanto buscaban una revolución que se apoyara sobre la colectivización de la propiedad que ya era patrimonio campesino. También optaban por una revolución democrática; sólo una minoría de los eseristas defendían el socialismo autoritario defendido por los bolcheviques.

En febrero el partidos socialista revolucionario tenía un millón de miembros. Era enorme y tuvo mucho importancia, pero fue minimizado por la historiografía oficial soviética. 

Dos vías para la revolución

Esto muestra que en la Rusia de antes de 1917 existieron y compitieron dos vías para la revolución: una democrática, representada por populistas y socialistas revolucionarios, y otra no democrática y autoritaria, representada por bolcheviques y los grupos que terminaron uniéndoseles después del triunfo: eseristas de izquierda, mencheviques arrepentidos, etc.

El triunfo de la segunda vía se dio en enero de 1918 con la disolución de la Asamblea Constituyente, la cual inició la guerra civil. Los bolcheviques justificaron esta medida en las necesidades del poder obrero, pues ellos no hablaban de democracia ni ofrecían derechos políticos a otras clases sociales de la sociedad.

Los eseristas querían un socialismo sin nacionalizaciones o estatizaciones; en lugar de ellas planteaban las "socializaciones” de la tierra, las fábricas y los bancos. En 1917 Lenin tuvo que adoptar el programa agrario de los eseristas. Entonces el campesino ruso creía que la tierra era de nadie, que sólo pertenecía a Dios. Por esto los eseristas propugnaban socializarla, hacerla común y de nadie, entregarla a comités agrarios y no al Estado. Al principio Lenin adoptó y realizó este programa, pero luego metió de contrabando la estatización de la tierra. En 1929, el poder soviético nacionalizó la tierra y despojó al campesino en gran escala. 

El decreto leninista sobre la tierra fue muy importante, pues fue el que permitió que los bolcheviques se quedaran en el poder. Los eseristas, que habían llegadoa tener poder en febrero, no cumplieron su propio programa agrario por la guerra internacional en la que entonces se hallaba el país, así que Lenin lo hizo antes que ellos. Con eso mostró su genial habilidad política y ganó, mientras que los eseristas perdieron su chance de realizar un socialismo ni autoritario ni estatal en Rusia.

La recepción en América Latina
Horacio Tarkus es un historiador intelectual de la izquierda argentina. Él habló de la "recepción” de la Revolución Rusa en América Latina.

Dijo que la "buena nueva” se irradió a la velocidad del telégrafo. Después del pesimismo que había esparcido por doquier la Gran Guerra, como se la conocía entonces, los acontecimientos rusos dieron esperanzas a los latinoamericanos cultos. La guerra confirmaba la "decadencia de Occidente”, de la que hablaba un best-seller de entonces (el libro que con este título publicó Spengler), mientras que la Revolución Rusa ofrecía arrancar el mal de raíz, un nuevo orden. Y esto ya no era una lejana promesa de redención, sino que acontecía "aquí (o allí) y ahora”, es decir, en un espacio y en un tiempo determinados. Lejos de América Latina, sí, pero finalmente también en un territorio periférico, parecido, donde el capitalismo tampoco había desarrollado las áreas rurales.

El siglo XIX había sido el tiempo de los profetas, de la promesa y utopía. El nuevo siglo que se iniciaba con Octubre sería el tiempo de la revolución, el que vendría a realizar la promesa. Según el filósofo Alain Badiou, el XX fue un siglo antiutópico, de realización de lo que se había prometido previamente. 

Un poderoso imaginario se formó a partir de la experiencia rusa, más allá de los acontecimientos mismos. Estos fueron leídos por América Latina de muchas maneras, como es lógico, y con múltiples malos entendidos. Y es que los actores de la política de entonces los usaron de acuerdo a sus propios anhelos, intereses, etc.

Por las razones anotadas, Octubre de 1917 se consideró el paradigma de revolución proletaria, lo que opacó la dimensión campesina de la Revolución, así como también opacó la revolución de febrero. En América Latina lo que impactó fue Octubre, y éste, en la visión continental, fue proletario y bolchevique. Es decir, fue tal como lo presentó entonces el filme Octubre de Eisenstein.
 
En adelante se pensaría la Revolución Rusa según este modelo, como una revolución claramente proletaria, aunque no lo era por su composición social. Sin embargo, lo que contaba era su programa, el programa de Lenin.

Al menos hasta la Revolución china o la cubana, tal fue el esquema universal de la revolución contemporánea. El imaginario revolucionario quedó tan capturado por el magnetismo ruso, que todos los movimientos posteriores serían juzgados según los modelos y las figuras de la versión eisensteiniana de la Revolución Rusa. En Latinoamérica aparecieron entonces, por ejemplo, los "kerenskistas” (por Kerensky, el presidente de la Rusia republicana), o se llamó a los golpes fallidos "kornilovazos”, por Kornilov, el general ruso que buscó derrocar a Kerensky y ahogar la Revolución.

Como parte de este mismo movimiento, la experiencia de 1917 trajo a todo el mundo un lenguaje político renovado. Desde entonces en la prensa y en la folletería aparecieron palabras nuevas como soviet, "maximalistas”, "bolcheviques”, "comisarios del pueblo”, "ejércitos blancos y rojos”, "dualidad de poderes”, etc. 

En América Latina la Revolución Rusa interpeló a los obreros, los campesinos, los estudiantes (no olvidemos que coincidió con la Revolución Universitaria de Córdova). Interpeló también a las mujeres que en ese momento se atrevían a ingresar al sindicato o la universidad. Interpeló a los grandes intelectuales, pero sobre todo al nuevo público lector que se formaba entonces, el público del diario de masas, del libro barato, del folleto (en las primeras décadas del siglo XX en todo el mundo se formaron las industrias periodísticas y editoriales contemporáneas). 

Así es como vemos en esta época llegar a manos de amplias capas de lectores, y por pocos centavos, textos de Lenin, Trotsky y Bujarin, códigos soviéticos, folletos de educación y ciencia soviética, novelas como Amor en libertad, etc.

Para las nuevas clases medias latinoamericanas la nueva revolución exigía una mínima dosis de violencia para ensayar un nuevo orden social que emancipara a obreros y campesinos, y para erigir un nuevo y bienhechor orden cultural y sexual.

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