La desigualdad, un problema que no se quiere ir

La desigualdad, un problema que no se quiere ir

La desigualdad, un problema que no se quiere ir

Escrito por  ALEJANDRO ZEGADA/EL PAÍS eN Abr 03, 2017
En los últimos años Bolivia ha logrado grandes avances en la reducción de las tasas de pobreza moderada y extrema, que disminuyeron de 66% y 45% a 39% y 17%, respectivamente entre 2005 y 2015. Pese a estos extraordinarios resultados, los actuales niveles de desigualdad y pobreza en Bolivia rondan los promedios de América Latina y el Caribe.
La desigualdad parece ser un problema particularmente más difícil de resolver. 
Y es que aunque entre los años 2005 y 2011 Bolivia logró una reducción significativa de la desigualdad, ésta volvió a subir desde 2012. 
Un estudio de las Naciones Unidas (ONU) del año 2014 indica que la desigualdad en Bolivia entre 1990 y 2010 aumentó en 11,7%. Esta tendencia se puede entender en el contexto de la historia económica reciente. 
El economista de la Universidad Privada Boliviana (UPB), Oscar Molina, explica que la crisis de hiperinflación vivida en la década de 1980, llevó a Bolivia a “abandonar el modelo keynesiano, que se había traducido en un modelo populista”, particularmente durante la dictadura de Bánzer y el gobierno de la UDP, y cambiarlo por un modelo “de tipo Hayek, que a la larga se conocería como el modelo neoliberal”.
Este cambio de modelo provocó un “fuerte impacto sobre la distribución de los
ingresos”, debido a que, según Molina, “un modelo liberal se basa en los fundamentos del mercado en lo que se refiere a una asignación eficiente de los recursos. Eficiente pero no equitativa, lo que puede provocar, como en el caso de Bolivia, que la aplicación de este modelo fuese altamente regresiva”. 
Poco después, y bajo las líneas del Consenso de Washington, a inicios de los 1990, se comienza con las políticas de segunda generación, en particular la privatización de las empresas públicas. Esto generó un impacto aún más regresivo en la distribución del ingreso.
Considerando este contexto histórico, se entiende que entre 1990 y 2010 haya aumentado considerablemente la desigualdad como expresa la ONU. Sin embargo, es importante mostrar que en realidad la trepada más significativa de la desigualdad ocurrió hasta 2005.
Tendencias de la 
historia reciente
Los datos del Banco Mundial dan cuenta de que en 1990, el coeficiente Gini (que va de 0 a 1, donde 0 es igualdad perfecta y 1 es cuando todo el ingreso es acaparado por una sola persona) de Bolivia era de 0,42. 
Durante toda la década el índice aumentó sin parar, y para el año 2000 alcanzó el punto máximo de 0,63. Así, para comienzos del nuevo milenio Bolivia se había convertido en uno de los países más inequitativos del mundo, tal como lo evidenció una investigación de la Comisión Episcopal de Pastoral Social Caritas de Bolivia realizada por Alfred Gugler. 
Dicha investigación mostró que en el año 2002 el 10% del total de la población -aproximadamente unos 830 mil habitantes-se apropió de más del 46% de todos los ingresos generados en Bolivia, en tanto que el 10% de los más pobres se conformaron con menos de 0,17% los ingresos. Esto quiere decir que en el reparto de 100 bolivianos de ingreso entre 100 ciudadanos bolivianos, los 10 más ricos recibieron hasta 46 bolivianos, mientras que los 10 más pobres obtuvieron apenas 17 centavos, es decir 270 veces menos.
Para el año 2004 el coeficiente Gini bajó levemente hasta 0,55 y volvió a subir a 0,58 el 2005, año en el cual Evo Morales ganó las elecciones, asumiendo el gobierno el año 2006. Desde entonces el coeficiente Gini tuvo una sostenida disminución hasta el año 2011, situándose en 0,46. 
Sin embargo, a partir de ese año el indicador comenzó un lento ascenso, situándose para el año 2014 en 0,49 y para 2015 en 0,47, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). 
Aunque al parecer todavía no se ha vuelto a superar la barrera de 0,50, Molina considera que este indicador muestra un alto índice de inequidad en la distribución del ingreso.  
A nivel de departamentos, datos del INE presentados por Molina muestran que los más desiguales son Chuquisaca, Potosí y Pando, con coeficientes Gini que superan el 0,50. Los intermedios son La Paz, Cochabamba, Santa Cruz y Beni, cuyos coeficientes están entre 0,40 y 0,45. Mientras, Tarija es el departamento menos desigual (Gini de 0,35), seguido de Oruro (0,38).
Desigualdad que daña
Pero “pese a la presencia de una cierta tendencia positiva en los últimos años, Bolivia continúa siendo uno de los países con mayores índices de desigualdad en una de las regiones más desiguales, como lo es la región latinoamericana. En Bolivia, el percentil más rico percibe 12 veces lo que gana la población de ingresos más bajos”, argumenta Molina.
Y según el informe de 2014 de World Ultra Wealth, un problema agravante es que la desigualdad afecta también al ejercicio democrático. 
Una de las conclusiones del informe afirma que “la extrema concentración de la riqueza va de la mano de la extrema concentración del poder, que pervierte las instituciones y los procesos políticos poniéndolos al servicio de las élites y no de la ciudadanía, dando lugar a desequilibrios en el ejercicio de los derechos y en la representación política dentro de los sistemas democráticos”.
Además de esto, las mujeres resultan ser las más pobres entre los pobres, sin importar si se mira dentro de los grupos de similares ingresos, entre la población urbana y la rural, entre la población escolarizada o no escolarizada, en el ámbito laboral, etcétera. 
“Su origen está en las relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres –dice el informe-- y los factores que inciden en su perpetuación son de carácter estructural y reproducen exclusiones históricas. Eso explica por qué, por ejemplo, pese a los avances logrados en el acceso y aprendizajes educativos, las mujeres aún no disfrutan igualdad de condiciones en el mercado laboral. Existen más mujeres pobres que hombres pobres. Y sí, hay algunos avances, por ejemplo, el porcentaje de mujeres sin ingresos propios en la región bajó de 42% en 2002 a 32% en 2011. Pero son logros frágiles e insuficientes y las brechas son aún intolerables”.
En Bolivia una mujer percibe un 68.8% de los ingresos que tiene un hombre, a nivel regional ese porcentaje sube al 76.3%.
La clave de los logros fue...
Según Mauricio Vargas, Economista de la División Caribe I del Departamento del Hemisferio Occidental del Fondo Monetario Internacional (FMI), el abundante flujo de recursos externos provenientes del superciclo de materias primas que Bolivia gozó hasta 2014, se transfirió al resto de la economía a través de inversión pública y de las transferencias sociales (que se situaron en aproximadamente 3% del PIB en 2013).
Pero además, “el crecimiento económico se reflejó en salarios más altos, que se vieron reforzados gracias a políticas económicas explícitas encaminadas a reducir las brechas salariales entre trabajadores. Por ejemplo, el salario mínimo real aumentó 122% durante 2000–2015, en tanto que el ingreso laboral medio real aumentó 36% durante 2000–2013”, afirma Vargas.
Así, los salarios más altos “son la principal razón detrás de las mejoras en materia de desigualdad y pobreza, pero no todos los sectores están ahora en mejores condiciones que hace 15 años”.
Si bien han disminuido las brechas del ingreso laboral real entre los trabajadores calificados y los no calificados, con una consiguiente reducción de la prima por nivel de calificación (el ingreso laboral real de los trabajadores calificados fue más bajo en 2013 que en 2001), “también se puede observar una potencial consecuencia no deseada basada en la condición laboral: la mayoría de los aumentos del ingreso laboral se registró en el sector informal, particularmente entre los trabajadores con educación no terciaria, en tanto que el ingreso laboral medio en el sector formal se redujo en términos reales”.
La prueba de fuego ha comenzado: los años de bonanza se han ido, y por tanto está por verse si el modelo neo-estatista del gobierno del MAS es lo suficientemente robusto como para preservar y continuar la reducción de la desigualdad y la pobreza en Bolivia, o si efectivamente  todo se debió a una coyuntura externa muy favorable, como argumentan algunos opositores al régimen. Será esencial ver si las políticas laborales y sociales están bien concebidas de aquí en adelante.
¿Hasta que punto es útil la desigualdad?
El célebre economista del siglo XIX, David Ricardo, exponía un entendimiento muy lógico sobre cómo la desigualdad generaba y aumentaba las rentas: “Todo lo que disminuye la desigualdad en el producto obtenido con la aplicación de dosis sucesivas de capital al mismo terreno o a uno nuevo tiende a disminuir la renta; y que todo lo que aumenta esa desigualdad produce necesariamente el efecto opuesto y tiende a hacerla subir”.
Los ejemplos de Ricardo se basan en cómo las diferentes calidades de las tierras agrarias acababan generando rentas. En el tercer capítulo de su obra “Principios de economía política”, explicaba que  “si todos los terrenos tuvieran las mismas propiedades, si fueran ilimitados en cantidad y uniformes en calidad, no se podría cobrar por su uso, a menos que poseyeran ventajas especiales de situación”. 
Pero, “cuando con el progreso de la sociedad se empiezan a cultivar terrenos de segundo orden, se principia inmediatamente a pagar renta por los de primera calidad, y la cantidad de esa retribución dependerá de la calidad de estos dos órdenes de terrenos”.
O sea que si un terreno rinde más que otro cuando se emplea la misma cantidad de capital y trabajo, el dueño de ese terreno podrá cobrar una renta equivalente a la diferencia de rendimientos con el otro terreno. 
Según el ejemplo de Ricardo: “¿Quieres ocupar esta tierra, la de mejor calidad? Págame 10, la diferencia de producto que existe entre cultivar la mía, que genera 100, y cultivar la tuya, que genera 90”. De ahí su conclusión: sin desigualdad, no habría rentas.
¿Y por qué alguien debe ser propietario de una tierra y obtener rentas por ella? Otro economista de la época, Jean-Baptiste Say explicaba: “La tierra, como ya hemos visto, no es el único agente de la naturaleza que tiene una potencia productiva, pero es el único, o casi el único, que una categoría de hombres toman para sí, con exclusión de los demás, y del cual, por consiguiente, pueden apropiarse los beneficios.”.
Si bien el análisis de David Ricardo se remite a la desigualdad de producto generado en tierras de cultivo, el economista español Sergio Pérez Páramo observa que la desigualdad educativa y formativa también generan rentas, y que “aquel que está mejor formado y cualificado puede obtener o exigir una contraprestación superior a la de aquel cuya formación es inferior”. 
La pregunta sería ¿hasta qué punto puede ser útil cierto grado de desigualdad, y desde qué punto empieza a convertirse en un agente destructor de la economía y del tejido social?

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