¿Por qué Evo Morales no cesa de equivocarse?



¿Por qué Evo Morales no cesa de equivocarse?

Infolatam
La Paz, 4 septiembre 2016
Por FERNANDO MOLINA
(Infolatam).- El camino del presidente boliviano Evo Morales ha dejado de ser uno de conquistas y alabanzas; cada vez se parece más a un ascenso al calvario. El reciente asesinato del encargado de la seguridad política del país, el viceministro Rodolfo Illanes, por una turba de bloqueadores de caminos que lo tenían secuestrado, constituye solo el último, aunque sin duda el más doloroso, capítulo de una larga serie de dificultades y errores políticos, que eran impensables apenas dos años atrás, cuando el 20 de este mismo mes Morales resultaba relecto por tercera vez con el 61% de los votos. Hoy este político tiene alrededor del 40% de la intención de voto, una cifra que sigue siendo importante, pero que se halla al final de una aguda curva descendente. Y la tendencia apunta a una caída cada vez mayor.
La ruta perdedora comenzó en 2015 con la aparición de problemas económicos internacionales, a causa de la disminución de los precios de las materias primas; continuó con dos sonados casos de corrupción que tocaron a la alta cúpula del Movimiento al Socialismo (MAS), el primero, y la del gobierno, incluyendo a Morales, el segundo. Si bien no se demostró que los principales gobernantes estuvieran involucrados, estos casos extendieron un manto de descrédito sobre todo el proyecto del MAS, que como dijimos hasta entonces solo cosechaba aplausos. Allí es donde Morales, reconocido como un muy hábil político –e incluso como un “genio” por sus adherentes–, comenzó la seguidilla de serias equivocaciones que lo trajeron hasta la situación actual. Frente a los escándalos, no articuló una respuesta gubernamental bien pensada, coherente y colectiva, sino que tomó decisiones fragmentarias, dejando que los hechos se sucedieran y que sus colaboradores actuaran inarmónicamente.
Fue entonces que sobrevino el golpe más duro. Cometiendo otra vez un error, Morales impulsó un referendo constitucional para asegurar el permiso legal de su siguiente reelección. Acababa de ganar unas elecciones y todo el asunto resultaba muy forzado. Era un momento, además, en el que Venezuela –país con el que se asocia las reelecciones sucesivas– se habían convertido en un mal ejemplo para seguir.  Pero el peor error del presidente fue abordar el referendo de una manera muy ingenua, sin siquiera contratar encuestas y mucho menos una empresa de estrategia electoral, según trascendió ulteriormente. Intentó ganar con una receta adecuada para otro tipo de elecciones y le fue mal: el 51% de la población rechazó la posibilidad de su reelección, un porcentaje que, atención, fue asegurado por la región de Potosí, ultraevista pero furiosa contra su exhéroe porque éste había vapuleado y ridiculizado una demanda suya para enfrentar la crisis de los precios de los minerales que la tenía preocupada.
Este primer conjunto de errores tiene una misma causa: Morales no es un líder, sino un caudillo, esto es, un inspirador de las masas y un acaparador del poder que no tiene facultades organizativas y carece de toda lógica meritocrática. De este modo, los otros dirigentes que finalmente se convirtieron en su “entorno” (el vicepresidente Álvaro García Linera, el canciller David Choquehuanca, y los ministros Juan Ramón Quintana, Carlos Romero y Luis Arce, cada uno a cargo de un grupo propio) solo necesitan obedecerlo para sobrevivir políticamente. Es más, deben obedecerlo para sobrevivir.
LA PAZ (BOLIVIA), 11/05/2016.- EFE/MARTIN ALIPAZ
“.. Entonces, si él no organiza adecuadamente algo, por ejemplo una estrategia de defensa frente a las acusaciones de tráfico de influencias que le cayeron por su relación con Gabriela Zapata –una arribista que se aprovechó económicamente del haber sido su novia–, entonces los demás dirigentes son incapaces de hacerlo”.
Entonces, si él no organiza adecuadamente algo, por ejemplo una estrategia de defensa frente a las acusaciones de tráfico de influencias que le cayeron por su relación conGabriela Zapata –una arribista que se aprovechó económicamente del haber sido su novia–, entonces los demás dirigentes son incapaces de hacerlo. E incluso si pudieran no lo harían, dado el ambiente altamente competitivo en el que se mueven.
Como suele ocurrir, el caudillismo cobra el precio más alto al propio caudillo. Este sistema divorció a Evo de las masas que antes había logrado representar mejor que nadie en la historia boliviana. De ser el presidente de los “movimientos sociales”, como se llama a las organizaciones corporativas populares, pasó a ser el “rey” de un archipiélago de camarillas que disputan entre sí por su favor, y que lo consiguen por el medio suicida de impeler a Evo a elegir entre ellas y su propio movimiento, o entre ellas y las clases medias que en algún momento del pasado simpatizaron con el presidente.
Cada vez que Evo las elige, entonces, se aleja más del pueblo. A pesar de eso, Evo las elige siempre, no se atreve a cambiar de entorno desde hace casi una década, porque no puede confiar en nadie más que en quienes, por estar ya en el poder, se benefician del caudillismo. La otra opción ante él sería abrir el gobierno, lo que lo pondría en el camino democrático normal, esto es, sacaría al país del caudillismo. No es, por lo tanto, una opción fácil para él.
En esa medida, Morales es un rehén de su entorno, que por eso ha devenido impune: no importan las barbaridades que cometan los ministros, igual siguen en sus puestos. El entorno acepta esta relación –comparable a la de las parejas tóxicas– predicando que: a) el caudillo es providencial e imprescindible; b) todo ataque externo a las camarillas en el poder es un ataque al gobierno en su conjunto y, sobre todo, al presidente; c) por tanto, todo ataque es una conspiración, un intento de “golpe de Estado”: incluso si los actores son los aliados de antes (los movimientos sociales), pues hasta ellos actúan instrumentados por el imperio y buscan un “golpe blando”; y entonces: d) para defender el poder del caudillo hay que mantener a las camarillas.
Por supuesto, este esquema político cierra la mente del presidente a toda posible autocrítica (o a la inversa: porque éste se opone a la autocrítica tal esquema político es posible).
La falta de autocrítica sistemática impide que el gobierno adopte una estrategia política-comunicacional moderna, racional, que le permita recuperar el terreno perdido. Por el contrario, el afirmar la verdad intangible del caudillo-entorno lleva al gobierno a estrellarse más y más en contra de sus bases políticas.
Ahora, por ejemplo, los “pequeños” mineros privados que organizaron la protesta en cuyo marco se produjo el asesinato de Illanes se han convertido, como dijo un observador lúcido de la coyuntura boliviana, en “los peores enemigos de la nación”, bandidos capitalistas y agentes imperialistas, siendo que hace no mucho eran la principal fuerza de lucha política del MAS.
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Tanto el ministro Quintana, a cuyo grupo pertenecía Illanes, como el ministro Romero, quien maneja la Policía, cometieron omisiones gravísimas que no causaron, claro está, pero sí facilitaron el trágico final de este”.
¿Por qué esta reacción al crimen sin duda imperdonable del viceministro? Porque es la que necesitan las camarillas para no ser sancionadas por su terrible negligencia en el manejo del conflicto, que paralelamente causó tres muertos en las filas mineras, algo que explica –pero no justifica– el asesinato de la autoridad. Tanto el ministroQuintana, a cuyo grupo pertenecía Illanes, como el ministro Romero, quien maneja la Policía, cometieron omisiones gravísimas que no causaron, claro está, pero sí facilitaron el trágico final de este. Al menos un comandante policial no atendió de manera profesional, es decir, inmediata, el llamado desesperado que hizo Illanescuando se hallaba capturado.
Cualquiera puede ver, a la luz de lo aparecido hasta ahora en los medios, que apenas el viceministro fue capturado en un punto de bloqueo era necesario que las fuerzas del orden se replegaran del lugar para establecer mínimas condiciones de seguridad para el secuestrado. Pero no lo hicieron. Y, sin embargo, nadie ha renunciado hasta ahora y es improbable que Evo permita que esto ocurra.
El entorno ha quedado fuera de toda evaluación, suspendido en un limbo protector, con el argumento de que cualquier sanción en su contra contribuiría a la conspiración en marcha contra Morales. Increíblemente, nadie pagó políticamente la derrota en el referendo de febrero pasado. De este modo, involuntariamente, todo el desprestigio de los errores se carga sobre el propio presidente.
Este, sin embargo, no carece de culpa. Si su pensamiento fuera menos bipolar, menos confrontativo y, en última instancia, más sano y “bueno”, entonces podría darse cuenta de que el mundo entero no debe de estar en su contra sin que medie ninguna razón, por el puro deseo de echarlo del poder. Pero el pensamiento de Morales pertenece al tiempo de la guerra fría: lo ve todo en blanco y negro y no confía en nadie que no esté completamente dispuesto a obedecerlo. Y así es como ahora se entrega al juego con su entorno, desmintiendo el genio político que supuestamente lo llevó tan lejos.
A este paso, si todo sigue así, Evo terminará como uno de los caudillos oligarcas que ha habido en la historia boliviana: prisionero de palacio, delirante y odiado, teniendo que defenderse a sangre y fuego de sus enemigos, incapaz de gobernar, aunque todos los títulos le concedan este privilegio. En una situación similar, en suma, a la que hoy atraviesa Nicolás Maduro.
¿Hay salidas? Como resulta evidente del análisis que hemos hecho, algo aparentemente tan simple como un cambio de gabinete reviste hoy en Bolivia una importancia suprema. Solo si Morales se deshace de todas las camarillas que lo rodean y deja que el aire fresco de la crítica y la autocrítica entre por las ventanas cerradas a cal y canto de su oficina, tiene posibilidades de evitar el destino del “patriarca” imaginado/retratado por Gabriel García Márquez.

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